Anoche tuve un sueño
Si todas las noches soñamos, este sueño fue de esos que quisiera que sean realidad, al menos la mayor parte de él. Como si de la vida pudiéramos destilar esos momentos perfectos y quedarnos con ellos como un tesoro intransferible, y de los otros tuviéramos un baúl oscuro donde guardarlos porque de vez en cuando, para saber de la felicidad se necesitan la tristeza y el dolor. Como un contraste, si no existiera la parte sana no podría resaltarse la enferma. ¿Pero si no existe la enferma como determinamos lo sano en nosotros?
El sueño era una escalera, una escalera hacia algo desconocido, nuevo, me llevaban de la mano, muchos ya estaban subiendo contentos, fácilmente. Yo tenía vértigo, me costaba escalar. En la mitad, como no me animaba, me soltaban la mano y me dejaban sola. Y sola, luego yo podía subir, como si nada, como subir la escalera que da a mi departamento todos los días. Y subía y había amigos sentados en el suelo, en círculo. Parecía un rito sin nada de solemne, pues luego veía al amigo que me había traído de la mano anteriormente como entraba con otros y me miraba luminoso y contento. Es fácil editar en los sueños, cambiar de rumbo, cambiar de lugar, espacio, situación, tendrían que ser fáciles los cambios en la vida, la vida es cambio constante, me detuve dentro de mi, y pensé, puedo sola, no necesito ninguna amarra para avanzar, para lograr y buscar mi destino (uf qué palabra para hacer otro largo escrito sobre la elección o determinación o predeterminación mejor dicho) Elegir entonces. Llegaba a una pensión que me habían recomendado, había un arenero donde los grandes podían jugar, porque antes lo tenían para niños y había pasado algún accidente que no se nombraba, todos me esperaban (caras desconocidas) para entrar en el arenero, que era una suerte de diversión y como si fueras a meterte a una pileta de la alegría que todos cargaban allí dentro. Y había un público mirándonos, esperando ansiosos, felices para ver qué iba a hacer yo, todos me miraban a mi, estaba soleado, casi feliz. Era nueva en el lugar y la atracción principal. Entonces yo sólo observaba la arena, y pedía que me contaran que había pasado con los niños del lugar. En ese momento la dueña de la pensión me empieza a mostrar las piezas, me muestra la que sería la mía y yo estaba tan contenta, a pesar del desorden del lugar y el baño con goteras.
Anoche, cuando me acostaba, antes, bastante antes del sueño decía que no tenía ganas de actuar más por este año, que estaba cansada de vivir actuando. Y pensaba en el año que viene en las mínimas 100 actuaciones que están programadas, vivir en la escena, ser todo el tiempo mirado, observado. Cada acción es un significado, cada palabra construyendo mundos, cada gesto ampliado por una lupa. Un ser de escena, viviendo para la escena, constantemente mostrando, contando. Me gustaría por momentos esconderme tras bambalinas y a mi turno no salir, o explicar al público qué se siente estar siempre detrás de una máscara. Por eso, cuando empezamos el proceso de King Kong Palace, y el planteo de Diego de las máscaras, lo que está “detrás” o mejor dicho delante del actor, como hacer para que esas máscaras no existan, se caigan como la misma existencia que decae para soltar amarras y dejar ser, fluir y simplemente estar en escena como estar en la vida esperando que el devenir nos toque. Luego de esa paliza transformadora, de golpear el ser por entero a actores con diez años de teatro muerto a sus espaldas, y darse con esa pared de verdades que nos planteaba el director, todo se fue derrumbando, derrumbando las apariencias, los engaños que nos ponemos creyendo que damos “vida” a un personaje cuando sólo aparentamos ponerlo en escena. Por eso, nos trajo una crisis, me trajo crisis con cada trabajo, ¿qué comprometo yo de mi en cada trabajo? ¿Dónde me toca para hacerlo? El teatro es lo más parecido a la lección de vivir que he podido experimentar, el aquí y ahora, el bendito presente, presencia estar ahí y nada más, y qué más es la vida si queremos que fluya y dejarse llevar como un río que avanza sin preguntarse el por qué. La liviandad de ser y dejar ser, la liviandad del momento que es en definitiva lo que tenemos. Un momento tras otro, una sensación, un encuentro, una pequeña mirada, varias charlas y lo cotidiano que puede hacerse bello si lo miramos cada día como si fuera nuevo. Tal vez, después de haber pasado por varias escenas este año deba plantearme cuál es la siguiente etapa para vivir en vida propia el estar, el dejarse ser sin más sin menos, para el fluir, para que los planteos sean más leves, no menos volátiles… o como traía el otro día un amigo de Facebook en su ¿Qué estás pensando?, “entonces, ¿qué hemos de elegir, el peso o la levedad?” Me llevó a mis años kundereanos si se puede decir así, empecé a releer el libro, por partes, fragmentado, recordando momentos que me extasiaban en la lectura. Hoy pienso como Parménides, la levedad es lo bueno, lo efímero porque al fin y al cabo eso es la vida. Sólo un momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario