jueves, 9 de abril de 2009

Ser escritor hoy

HOMENAJE A LA DRA. ILDA SAÍZ DE RÍOS
SALÓN JORGE LAFFUE
AMERIAM HOTEL
VILLA MERCEDES (SAN LUIS)
27 de marzo de 2009

BREVE DISERTACIÓN: SER ESCRITOR, HOY

Prof. Jorge Enrique Hadandoniou


En ninguna época de la humanidad hasta hoy, se ha publicado más, a través de mayor variedad de soportes y con el respaldo de un multifacético perfil de escritores o escribidores o escribas o ciberescribas o vates informáticos o autómatas de las letras en molde…
Al conjuro de los temporales globales, se mece la endeble canoa del poeta pluma en mano, recorriendo el tortuoso riacho escondido en la selva pétrea del asfalto y el corazón endurecido de los hombres (Y recordamos a Fromm) Pero también circula el renombrado, multimillonario, exaltado y convocado escritor sentado a su centésimo cuadragesimotercera computadora, que en suave crucero atraviesa los mares de la felicidad, el aplauso de las grandes cadenas y el glamoroso chocar de las copas. Nota: Esta distinción es multisexuada, en ambos extremos del conjuro, avalando esta contundente equidad que nos contiene y ampara. Como en todos los tiempos, cada pluma, lapicera, birome o teclado cumplirá el compromiso de su sino: reflejar la realidad, a través de sus escrutadores ojos que cerebro y corazón en mano estarán prestos a cumplir sus destinos: ser Floro o ser la autora de “Harry Potter”. Recuerdo a Floro (Gutiérrez Conti) por no citar a un equiparable contemporáneo que pudiese andar cargado con su bolsa de versos en papel de estraza por estas calles, el boliche de don Calixto (“casi nada”) o el cuarto que mi abuelo le reservaba en Luyaba para acoger su descanso y su locura; o atraer la musa y la palabra.
Ser escritor hoy, desde el compromiso sigue siendo lo mismo que en los momentos de despertar o somnolencia de los pueblos: descorrer velos, exaltar al soberano, despertar la ternura, plantar la rebeldía, soñar con la revolución soñada, esconder las propias angustias, hablar por los enmudecidos, disfrazar las verdades, reescribir los tiempos y los temas, universalizar una flor, desprender un beso de distancias, recorrer y caer ante el misterio… ¿Compromiso, decíamos? ¿Qué compromiso? Desde la sangre que brota o fluye por las arterias del gramata estín (era la palabra), hasta el último dígito del contrato más preciso, en la moneda más contundente. Ya se borraron aquellas dicotomías que las clases siempre sorprendentes o embrujadas de la sra. de Ríos, Alberta, Blanca, Berta, Neda, “Malicha”, Raúl, Graciela, Espejo, Marcela, el dr. Barroso y tantos otros -aún compañeros- nos presentaban: la torre de cristal se hizo añicos. Sólo queda el compromiso. No el de aquellos tiempos dorados de la esperanza, cuando sin conocerlo aún escuchábamos a Tono Agüero. Estábamos convencidos de que aquellas estrofas nos cabían a todos y para siempre: “A pesar de los guardias… del alambre… de la reja y de la celda… de los libros… de la radio.. yo seré siempre libre.” Y se caían las manos de Víctor Jara como las de Colo Colo, porque les enseñaban con precisión cirujana que estaban equivocados. Ahora estamos seguros, somos competentes, tenemos en claro que un escritor es aquel que cumple alguno de estos parámetros del mercado: te ayuda, es setentista, macabro será y bien sexuado, deletreará algún nombre o historia sacralizados por la cultura y procederá a deconstruirlo, será divertido. De originalidad, no se habla. Eso sí, ante todo, sobre todo, previo y posterior a todo: auténtico. Respetará el pleno ejercicio de la conciencia planetaria, pero la verdad será suya y compartirá la distribución de las tierras originarias con los tenistas o basquebolistas de rango internacional. Siempre que pueda y lo esconda. Y la verdad será suya. Las demás, opiniones. ¿Algo que ver con la doxa y la episteme? “Hábleme claro”, diría el aún vibrante Nicanor Parra, que se toma a la jarana la seriedad incólume de esta profesión. “¿Profesión dijo? Hay un muchachito que escribe teatro. Parece que tiene futuro ese tal Shakespeare” diría al inaugurar la fiesta del Teatro del Mundo, cuando Theodorakis, con su desgarbada y descomunal figura y pelo al aire socavaba el vientre de América con el Réquiem a Neruda. “Pero usted me habla de cosas serias. Y así habrá gente que se duerma. No aclaremos dónde ni cuándo, pero bueno sería despertar cuando pase “La peste”. Aunque el autor dice que “la peste es la vida misma.” Y el escritor debe estar para recordar, aún con la contundencia de sus fallidas frases y versos: “que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.” “Pero usted es un moralista” acota el vanguardista de turno. La letra se respeta. No hay motivo para el desagravio; aún cuando Bécquer ya estaba al tanto de la crisis económica: “…una oda solo es buena/ de un billete de Banco al dorso escrita.”(Rima XXVI); y se lo decía a una mujer del siglo XIX. “¡Cómo pasa el tiempo!” Sí, señor Nicanor, me he contagiado con su estilo. “Está bien, ahora le hablo en serio. Le voy a regalar un ejemplar que me queda de “Hojas de Parra”. Yo también hablo en serio. ¿Ve ese lago (el del Potrero) Es grande, ¿no? Usted se va después de lo que dijo. Nosotros nos quedamos. “¡Ja!¡Ja!¡Ja!” ¿Cómo? ¿Los escritores no eran circunspectos y guardianes del idioma con el vocablo preciso? “Así es, pretores sumus, pero se nos ha extendido una licencia especial que permite al consagrado proceder al uso de sus derivaciones: palabrita, palabreja, apalabrar, palabro…” ¡Momento!¡No siga! “¿Qué? Usted no es un consagrado y –además- está haciendo uso de un estilo que tengo patentado, con licencia internacional y según la norma ISO 9.999: los antipoemas. Y desaparece del paisaje recitando tal vez, para sus adentros, algo que me repiquetea en el corazón: “Dulce vecina de la verde selva/ huésped eterno del abril florido/ grande enemiga de la zarzamora/ Violeta Parra./ Jardinera/ locera/ costurera (….) Y recuerda que eres/ un corderillo disfrazado de lobo.”(“Defensa de Violeta Parra”)
El escritor siempre vigila para descubrir uno de dos aspectos esenciales para la vida humana: el halo de luz en medio de la tormenta; y el puñal escondido detrás de la catarata de sonrisas. Mis hijos, escritores de hoy, han delineado textos, obras, canciones, poemas: los más desgarrantes o desopilantes (Andrés), los más ignotos o hiperbólicos (Tomás), los más desbordantes y contundentes (María Eugenia). Los tres, los más tiernos. Y al aliento de pocos, pero excelentes lectores, escribo hoy al amparo de Kafka, Camus y un libro que provocaba su alegría espontánea a una amiga que se fue hace poco: “Adán Buenosayres”. Así, “Adán” me decía como muchos, tal vez porque ser hoy escritor reclama ser el primer hombre (o mujer) que asuma el desafío de golpear o acariciar la realidad, sin saber a dónde llegará la generación de sus desvaríos o descubrimientos. Es emprender de madrugada un destino de anocheceres.
Su secreto de segura incertidumbre es “no terminar nunca lo que empieza”, como el escritor moribundo de “La eternidad y un día” de Angelópoulos. Y su misterio nos envuelve y la resolución del enigma, también. Tal vez deambulamos como Solomós, comprando palabras por las plazas y las nubes, por los rincones más inesperados y en las bibliotecas más solitarias, para aprender día a día el idioma auténtico que destrone los miedos, abra las mentes, despierte las manos y gane con el sudor de cada día su propia y comunitaria Eleftería (Libertad).

2 comentarios:

Santiago Cabanillas dijo...

Uau, veo que tenes de donde salir. Linda herencia te ha dejado tu padre... Familia de escritores. El texto es bien interesante. Te felicito. Un abrazo grande

Euge dijo...

Gracias Santi! Siempre tan atento a todo!

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