sábado, 27 de marzo de 2010

Nací en silencio, una noche fría en la pensión. En San Luis también desaparecieron, aunque no se cuente mucho y llenen las veredas de lujosos edificios tapando la mugre. Las manos que me recibieron estaban curtidas de espanto. Los caballos se oían cada paso más cercano, presurosos, azotados por sus dueños. Mi piel era nueva, no conocía las tizanas que a mi familia le depararía el tiempo. Para aplacar el llanto metieron mi cabeza debajo colchas rasgadas. Mi madre sonreía miedos. ¿Adónde llevarme? ¿Adónde esconder este nuevo cuerpo para no ser usurpado? ¿Acaso nos conocimos en ese momento? ¿Nos conocíamos antes, en el vientre? ¿y más tarde, nos habremos cruzado en alguna calle, en alguna esquina sin reconocernos? ¿Cuándo nos veremos? ¿Acaso llegó mi padre esa noche, luego a la madrugada? ¿Acaso lo acallaron temprano y nunca pudimos respirar ese mismo hueco helado? Hasta las siete de la mañana esperamos callados y apretados en el rincón del cuarto. Antes que todos se levantaran, antes que nada, juntamos lo poco que nos pertenecía y salimos expulsados, hasta ese momento me contó la mano curtida que se acordaba, después el lapsus… hurgando en mi pasado intenté encontrar a personas que hubieran conocido mi existencia, como borrado de la faz de la tierra, vacío el momento del alumbramiento, mostré mis huellas. Ésta, ésta y más acá, la otra, los rastros del pasado son más fuertes. Pero no fueron reconocidas. En mi memoria hay un tajo, un tajo que intento cerrar. Unir el tajo para que se junten las partes perdidas… vacías dentro del abismo. Ese tajo enorme duele. Es carne viva que no se cura nunca. Me borraron padres, borraron mi sangre, ese hueco del medio, como dibujados con tiza, todavía quedan las siluetas vacías. Entonces aprendí a gritar mi nombre en pasillos y trenes. En trolebuses, en las calles, gritar mi nombre, el nombre de muchos, cada nombre para ser reconocido, identificado entre tantos. Grito para desenterrar a mis padres, con el grito de un cuerpo que no olvida. que hablen luego de un silencio inmerecido, de esta casa que dejaron vacía de identidad casa cuerpo llena de huellas. Que se cumpla el destino de quienes no creían que los muertos vuelven a través de los vivos, de los heredados del dolor para cumplir un destino que no se puede frenar.



Texto escrito para Escena y Memoria 2010

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